¿Que es Relato 48?
Relato 48, es un concurso en el que se nos invita a crear en 48 horas una historia. En él, se tiene que incluir una de las dos frases que ellos te proporcionan. En mi caso elegí la siguiente, 48 clavos usó el carpintero. No quede entre los 48 finalistas, es evidente que aún me queda mucho por aprender, pero en ello estamos.
Espero que os guste:
Carpe diem
Aquella mañana Martín estaba rebosante de alegría, por fin había reservado el viaje que tanto había demorado, su esposa y él volverían a su patria, Argentina. Un viaje que debían haber hecho mucho antes, pero no se dio la oportunidad. Más de 40 años esperando para volver a ver a los muchachos, pensaba en cuántos asados se perdió y cuántos partidos. No pudo evitar derramar unas lágrimas cuando recordó el día que su hermana, Silvana, lo llamó: “el corazón de mamá falló, no pudo aguantar más y su vida se apagó. Tranquilo hermano, se fue en paz, no sufrió.” Aquellas palabras lo rompieron por dentro, jamás volvería a verla.
Pero ya tenía en sus manos, el resguardo de ese viaje tan deseado que haría junto a su esposa. Aún recordaba como si fuera ayer, el día que la conoció, Valentina trabajaba en una panadería donde todos los días compraba el bocadillo antes de ir a trabajar. Un día se armó de valor y con mucho ánimo y poco descanso se decidió a hablar con ella. Aún no era capaz de averiguar cómo una mujer tan bella se había podido enamorar de semejante garrulo, pero lo consiguió, esa fue su gran fortuna, su primera gran victoria en la vida, habían pasado 48 años.
Corría el año 1975, los dos disfrutaban del vigor de la juventud, ambos tenían 17 años, eran prácticamente unos niños que se enamoraron y desde el primer momento supieron que iban a compartir el resto de sus vidas. Valentina era preciosa, su pelo era rubio y ojos azules, su cuerpo esbelto estaba oculto por un vestido abotonado de tela fina. Martín recordaba perfectamente cómo fue la primera vez que la besó, las primeras caricias, en definitiva, todas las primeras veces que compartieron.
Tan solo un año después la cosa se complicó sobremanera, un nuevo golpe de Estado golpeó a su patria y los actos terroristas que allí se sucedieron obligaron a Martín y Valentina a tomar la determinación de huir de su querida tierra. Tras diferentes destinos consiguieron recalar en España, en un lugar del sur de buen clima en la que había muchas oportunidades gracias a su recién estrenada democracia. Qué curiosa era la vida, pensaba Martín, ellos tuvieron que salir de su país, dejando atrás al resto de su familia, para no sufrir los daños de una dictadura y llegaban a un país que estaba empezando a recorrer el camino contrario.
Pronto empezaron a trabajar para construir una familia, se casaron en una boda muy humilde, pero muy divertida, en la que todos sus amigos ayudaron con lo que pudieron para que aquel día realmente fuera inolvidable. Su primera hija no tardó en llegar, después se sucedieron dos más. La vida fue transcurriendo feliz, los niños crecían, a la par que ellos iban envejeciendo.
Pero jamás dejaban de mirar al mar y recordar todo lo que habían dejado atrás, querían volver, no sabían cuándo, pero iban a hacerlo.
Empezó a trabajar en la construcción, de albañil, no se le daba mal, era un trabajo duro que le daba lo suficiente para cuidar de su familia sin excesivos lujos pero con un techo y comida.
Añoraban su tierra, muchas noches se quedaron dormidos, imaginando cómo sería el día en que volvieran y como se reirían unos de otros al verse más gordos y pelados.
Martín se dio cuenta de que el dinero se le iba, mantener a 5 personas con un sueldo no era tarea sencilla. Al coste de la vida había que sumarle las letras del piso y de un Renault 6 que habían comprado para la familia, era un lujo necesario.
Valentina decidió empezar a trabajar las horas que los niños estuvieran en el colegio. Limpiaba casas, pero a él no le gustaba que su mujer tuviera que servir fuera del hogar. Así que, decidió empezar a trabajar los fines de semana en un bar a modo de extra, era duro, se hacía mayor y el descanso era necesario, pero su familia necesitaba ese dinero y él no quería que les faltara nada. Lo poco que sobraba del mes lo iban metiendo en una cuenta de ahorro para su viaje de vuelta a la patria, que decían ellos.
Varias mordidas tuvieron que darle a la cartilla, los brackets de los niños primero, los estudios universitarios después, la ayuda para su primer coche, todos los meses mandaban dinero a la familia de allá, etc. Siempre había algo que pagar, algo que hacía menguar aquellos números en la libreta del banco Santander, algo que los iba alejando de su sueño.
Miró su pierna y la agarro con fuerza, en otra ocasión había logrado reunir el suficiente dinero como para que sus hijos pudieran ir a conocer a sus abuelos, iba a ser un mes, pero el destino le deparaba otro uso a aquella pequeña fortuna. La mala suerte hizo que en su trabajo semanal, un traspié le jugara una mala pasada. Su falta de descanso, unida a la carencia de toda medida de seguridad en la construcción de la época, hizo que tropezará con un bloque y se precipitará al vacío desde una segunda planta. Cayó sobre el lado derecho, golpeando en primera instancia su pierna contra el suelo. Recordaba el llanto desconsolado de su amada al verlo en el hospital entre tantos tubos y cables. La agonía que sintió su corazón por no poder expresarle con palabras lo que la quería y decirle que encontraba bien, de aquella pudo recuperarse, pero jamás volvió a trabajar en la construcción.
Casi dos años de baja hicieron que aquellos ahorros se esfumaran y su sueño por volver también, al menos de momento.
Impedido para desarrollar su profesión, recurrió a montar un bar en el que ahora sí, su mujer le ayudaría, sus hijos, ya mayores, no necesitaban de tanta atención.
Esos fueron años muy felices, de mucho esfuerzo, pero felices, aplazaron su proyecto de volver porque todo su dinero se iba en pagar los créditos que tuvieron que solicitar para pagar su bar.
Todo aquello había quedado atrás, el bar comenzó a ir bien y ahorraron más dinero del que necesitaban; sin embargo, ahora con sus hijos empezando su vida, se sucedieron tres bodas que costearon con gusto y la consiguiente ayuda para que se fueran comprando sus casas.
Argentina tuvo que volver a esperar. Muchas veces iban a la playa y se quedaba largas horas contemplando el mar por el que habían venido, las olas les traían susurros de un tango que en ocasiones bailaban juntos, descalzos, sobre la arena.
De nuevo, la alegría vino a su vida, esta vez en forma de nietos que colmaron su corazón. Como disfrutaba viendo a su pequeño tocayo jugar a la pelota. Siempre lo acompañaba de partido en partido, de cancha en cancha y sin darse casi ni cuenta los años habían pasado sin cumplir con la promesa que se había hecho a sí mismo. Volver a su país, disfrutar de sus amigos, varios habían fallecido en los últimos años, algunos por enfermedad, otros por la inseguridad creciente en el país de sus amores.
Miró a su esposa, su pelo ya no era rubio, era blanco, su cuerpo no era esbelto, pero en aquellos ojos azules veía aquella niña que le cogió la mano aquel día y que jamás soltó. Los años habían hecho mella, pero para él seguía siendo la mujer más bella del universo.
Martín se sonrió, qué tonto, el momento había llegado, en una semana se cumplían 48 años de aquel día que la vio en esa panadería de Buenos Aires, 48 años juntos. Luchando día a día sin casi descansar, disfrutando tan solo de las pequeñas cosas de la vida, de sus hijos, de la sonrisa de su esposa, ¡como iba a llorar ella, pensaba!, cuando viera el pasaje para cumplir su sueño.
Martín se tocó el brazo hacía días que le dolía, pero no quería ir al médico, ya habría tiempo de matasanos cuando volvieran de la luna de miel que jamás pudo ofrecerle a su amada.
Llegó el momento, aquella mañana Martín se levantó de un salto como si sus piernas hubieran recuperado el vigor de épocas pasadas. Ambos se iban de la mano hacia el restaurante donde habían reservado para comer con la familia, habían reflexionado sobre cocinar algo en casa, pero él dijo que ya no cocinarían nunca más para los demás, que ya lo habían hecho suficiente, que ahora les tocaba a ellos ser servidos.
Él empezó a notar como un calor intenso inundaba su pecho, un calor que no había experimentado jamás, era como si un pequeño carbonero estuviera alimentando una caldera dentro de su corazón, a este calor lo sucedió un fuerte ahogo que lo hizo detenerse, su brazo izquierdo comenzó a dolerle intensamente. No podía entender por qué ahora, ¿por qué Dios?, ahora que podía descansar y disfrutar el fruto de su trabajo. Una solitaria lágrima recorrió su cara cuando se desplomó al suelo, en su cabeza resonaban los llantos amortiguados de Valentina que lo acompañaba, al menos dios le había concedido que la última voz que oyera fuera la de su amada que le decía “¡Martín despierta! ¡Por favor, no me abandones!”
De repente, una sonrisa se dibujó en su rostro. Los sonidos externos se fueron callando, hasta ser inaudibles para él. De nuevo era un niño que corría descalzo de la mano de una joven Valentina, lo hacían por un prado de la pampa espantando al ganado que mugía a su paso. De pronto, como en una película, su vida pasó delante de sus ojos, pudo apreciar el amor con que los suyos lo trataban. No cumplió su sueño, pero pudo disfrutar a través de ellos, estos, que ahora lloraban con el estómago encogido a la vez que lo zarandeaban intentando que reaccionara.
De su bolsillo cayó el sobre con el regalo que con tanta ilusión iba a hacerle a su esposa aquel día, regalo que Valentina tuvo que cambiar, no sin dificultad para recuperar una parte del dinero con el cual sufragar los gastos del sepelio de su amado. Encargó un ataúd acorde a la calidad de la persona que iba a dormir eternamente en él, era de roble argentino. Para fabricar aquel féretro, curiosamente, 48 clavos necesitó el carpintero, uno por cada año que pasaron juntos.