Ante la escalada del precio del aceite de oliva, un producto autóctono, orgullo de nuestra tierra, he querido compartir con vosotros mi opinión al respecto.
Creo que deberíamos volver la vista atrás a nuestras raíces. A cuando dentro de la unidad familiar siempre había una producción propia de alimentos que compartir. Hace un tiempo atrás, raros eran los que no poseían almendros, olivos, algunas gallinas e incluso cerdos, que proporcionaban a las familias un sustento principal reforzado con los huertos de frutales y hortalizas.
Quizás deberíamos volver a producir nuestros alimentos de la misma forma que se hacía hace, no tanto y que, por cierto, aún se hace, pero la vorágine de esta sociedad consumista en la que nos vemos sumergidos no nos deja tiempo, entre trabajo y algunos entretenimientos discutibles que emplear en los campos familiares. Aquellos que cada vez más se están quedando yermos.
Hago autocrítica puesto que soy el primero que emigró de mi tierra hacia zonas de mayor empleabilidad y que por la lejanía y lo antes mencionado deje de lado la vida rural a la que siempre perteneceré.
Así que miremos atrás y volvamos con nuestros padres y abuelos, aprendamos lo que tienen que enseñarnos, que no sabemos cuándo nos hará falta de nuevo su sabiduría. Recordar que:
El pueblo que pierde su soberanía alimenticia está condenado a pasar hambre.
La poesía de hoy habla de ello, espero que os guste:
Ya volvemos a la campaña y varea el olivo cansado. El frío sus gafas empaña por el calor del aliento sofocado. Mirando sus manos se aprecia el surco que deja el trabajo. Son testigos de un pasado duro, recuerdo y legado del campo. Una lágrima recorre su rostro al recordar como si ayer fuera cuando su abuelo le enseñaba a varear sin que le duela A ese mismo olivo cansado que sembró en tiempos de guerra. Que triste caer en la cuenta Que lo tuyo no habrá quien lo aprenda. Porque los nietos de ahora no valoran sus lecciones, creen que es un viejo ignorante que no sabe de ilusiones. Pero él con su fuerza y coraje crió a unos hijos desagradecidos que lo tuvieron todo en la vida y como simples fugitivos lo dejaron solo en su casa entretenido con sus olivos. No valoran el trabajo del campo, creen que es cosa de pobres. Pero si ese árbol sigue en pie es por la fuerza de sus raíces, que tan largas como su copa mantienen erguido al olivo. Y cuidado con lo que dices, no hieras el orgullo del abuelo, que con sus piernas de varices y su rostro que mira al suelo lucha para que los suyos prueben ese tesoro que es el aceite verdadero.