Hoy es el día del padre y que mejor para celebrar este día que reivindicar la figura de los hombres que con su esfuerzo nos han convertido en personitas de bien.

 Hoy en día, cuando algunos sectores de la sociedad quieren denostar la figura paterna como algo a evitar, alegando que en algún momento han sido unos privilegiados, hace que recuerde mi infancia y la vida que llevaba mi padre y los padres de mis amigos.

 Como siempre uno habla de su entorno, mi padre, después de recorrer media Europa en busca de su sustento, vino de vuelta a su España natal para formar una familia, estuvo trabajando en la construcción hasta que a los 32 años la llamada del campo fue tan fuerte que tuvo que volver a sus raíces.

Empezó poco a poco con un pequeño rebaño de ovejas al servicio de otros hasta que pudo estar por su cuenta. No tenía vacaciones, ni disfrutaba de fines de semana, él siempre decía y dice que el ganado come todos los días al igual que nosotros.

Su estilo de ganadería, totalmente extensiva y tradicional, lo hacía estar al pie del ganado a diario, soportando los malos días de frío y lluvia del invierno y las noches sin dormir en verano, con días de poco sueño consumado (las ovejas en verano solo comen de noche por el calor).

Experto conocedor de todas las cañadas reales de su zona, iba desde Ronda a Jerez transitando por ellas para buscar los ansiados rastrojos de remolacha que darían el sebo al ganado para soportar el difícil invierno de la serranía de Ronda. 

Siempre solo, acompañado de sus perros y con un zurrón por restaurante.

 Pero del mismo modo que él, otros de mis vecinos que trabajaban en la construcción sufrieron un destino parecido. En una época donde la única seguridad laboral era la que te proporcionaba tu experiencia, subidos en alturas descomunales, cuando las únicas redes que conocían eran las de los pescadores, trabajando de sol a sol, mientras los derechos tan solo eran los contrarios a los izquierdos, y por un sueldo más bien cortito. Tan duros eran que aquellos andamios amarillos temblaban a su paso.

Si estos eran privilegios que baje dios y lo vea.

 Hoy agradezco y reivindico la figura de aquellos, nuestros padres, buenos hombres de familia que ven manchados sus nombres por los excesos de tan solo unos pocos hijos de puta.

Desde pequeños nos guiaste

tu tiempo invertiste en nosotros 

tu noble oficio nos enseñaste

y por el camino también algún otro.
 

Fuiste duro cuando había que serlo

severo hasta vernos derramar lágrimas, 

ahora que soy padre comprendo

lo que te dolían escenas tan agrias.


Pero eso, al fin y al cabo,

es la esencia de ser un buen padre:

enderezar al olivo temprano,

antes de que sea tarde.


Cuando el tronco se endurece,

y la tensión es demasiado fuerte,

el retoño no entiende la doma,

y puede quebrarse o torcerse.


Aún más duro fuiste contigo,

tras tu ganado, día y noche en vela,

nosotros al abrigo del hogar,

mientras tú luchabas contra la tierra.


Nunca fui religioso por tu ejemplo,

cuando me hablaban del 'Padre Nuestro',

me parecía un rito sin fundamento.


Porque mi padre, Ramón Montesinos 

no estaba en los cielos, sino en los cerros,

cuidando de las vacas, y los becerros
Categorías: Poesía

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