Esta poesía va dedicada a todos aquellos que suelen culpar a los demás de sus fracasos. Muy felices y colaboradores cuando las cosas van como quieren e incluso suelen afear la conducta de aquellos que no están de acuerdo con la deriva de según qué cosas, pero cuando el viento no sopla a su favor son los primeros en hacer lo que tanto han criticado.
Esto se repite sistemáticamente en la sociedad, tanto en el ámbito laboral, familiar o de ocio. Por poner un ejemplo podemos nombrar a como los escritores clásicos o virtuosos, que atacan a cada autor que triunfa y se convierte en éxito de ventas. Pasó con Dan Brown y su código Da Vinci, pasó con Javier Castillo e incluso con Megan Maxwell. Tres autores superventas muy criticados por sus propios compañeros que obvian que al final el público es el que manda y en ocasiones la creatividad o capacidad de conectar está por encima del propio virtuosismo. Además, tratar a estos autores tan queridos como mala literatura, puede crear el efecto contrario al deseado, ya que al hacerlo indirectamente tratan de ignorante a aquellos a los que anhelan vender sus obras. En definitiva, en esta vida hay que hacer autocrítica, ser más humilde y sobre todo respetar a los compañeros de profesión. Esta poesía habla de ello, espero que os guste:
Ese sentimiento te corroe, te aflige y desespera. Ese que tu corazón encoge, la frustración es tu bandera. Bandera de incapaces que culpan a cualquiera con argumentos mordaces y malintencionados. De todo son capaces para quedar exculpados. Pobre mártir alienado que lloras sin motivo. Te ofendes ofendiendo con argumentos vacíos. La puerta está abierta, incapaz amigo mío. No culpes a la tuerta por mirarte de soslayo. Si tu prosa está muerta no me acuses de vasallo. Lucha con más fuerza, que la vida no es ensayo. Búscate en el espejo y devuélvete la mirada. Si no te gusta tu reflejo ni tus ojos, ni tu cara, solo cabe ahí un consejo: ¡Cambia!