En el artículo anterior dejamos a nuestra heroína escapando de una muerte segura gracias al amparo de D. Juan Ponce de León, que le dio caballo, armas, y comida para huir hacia Tucumán.

Catalina en su huida se encontró con otros dos soldados caídos en desgracia, como ella, que también habrían cometido alguna fechoría de su estilo. 

En sus memorias nos narra como los tres fueron atravesando la cordillera de los Andes sin encontrar por allí alimentos para subsistir, tan solo comían hierbas, raíces y algunos animales de poco porte que ellos cazaban.

Así estuvieron unas trescientas leguas hasta que llegaron a lo que ella llama tierra fría, donde al no poder encontrar alimentos tuvieron que matar a sus caballos uno por uno y alimentarse de ellos. 

Nos cuenta que en una zona helada se toparon con dos hombres que hacían caso omiso a sus gritos y que al llegar hasta ellos se los encontraron de la siguiente manera:

“Entramos en una tierra fria, tanto que nos helábamos: topamos dos hombres arrimados á una peña, y nos alegramos : fuimos á ellos saludándolos antes de llegar, y preguntándoles qué hacian allí, no respondieron : llegamos allá, y estaban muertos, helados, las bocas abiertas como riendo, y causónos eso pavor”

Catalina de Erauso en sus memorias.

Sus dos compañeros murieron en aquellas duras condiciones y ella llegó a pensar que su fin sería el mismo (No, no se los comió como cuatrocientos años después pasaría en aquel mismo lugar, de verdad que no entiendo cómo ninguna productora hace un producto de calidad con semejante historia).

De nuevo consigue burlar a la muerte gracias a la divina providencia y su carisma.

Ya pensando que su final estaba cerca, se echó a dormir sobre el tronco de un árbol, allí fue donde la encontraron dos hombres que al oír su historia se apiadaron de ella(él para esos hombres) y la llevaron con la señora de aquellas tierras:

“Era la señora una mestiza, hija de Español y de India, viuda, buena muger, que viéndome y oyendo mi derrota y desamparo, se condolió y me recibió bien, y compadecida mehizoluego acostar en razonable cama, y me  dio bien de cenar, y me dejó reposar y dormir, con lo que me restauré. La mañana siguiente me dio bien de almorzar, y me dio un vestido razonable de paño viéndome totalmente falto, y fue asi tratándome muy bien y regalando mucho. Era bien acomodada , y tenia muy muchas bestias y ganados; y como parece que aportan por allí pocos Españoles, parece que me apeteció para una hija”

Catalina de Erauso en sus memorias.

Estuvo dos meses sirviendo a la señora hasta que se fueron al Tucumán, donde esta quería casarla con una de sus hijas (Podemos entender que Catalina tenía una formación casi erudita para la época y de ahí que cada padre viera en ella un partidazo para sus hijas)

Fingió ser el pretendiente de la muchacha hasta que ya se acercaba la boda donde se vio obligada de nuevo a huir.

“A pocos mas dias, me dio á entender que tendría á bien que me casase con su hija, que allí consigo tenia, la cual era muy negra y fea como un diablo, muy contraria á mi gusto, que fue siempre de buenas caras”

Catalina de Erauso en sus memorias.

“Allí estuve otros dos meses, dilatando el efecto con varios pretestos, hasta que no pude mas, y tomando una mula me partí, y no me han visto mas.”

Catalina de Erauso en sus memorias.

Lo más gracioso de esta época es que a la vez que vivía con la india, como ella la llama, también tuvo un noviazgo con otra mujer en Tucumán, hija del secretario del obispo. Había entablado una gran amistad con este y de él consiguió ropas y demás enseres que ella necesitaba, así que cuando huyó dejo a dos mujeres con el corazón roto.

“Cuando monté el cabo, y me desaparecí: y no he sabido como se hubieron después la negra, y la provisora.”

Catalina de Erauso en sus memorias.

Quinientas cincuenta leguas del Tucumán al Potosí

Tres meses tardó Catalina en llegar al Potosí, de nuevo caminó por una tierra inhóspita y deshabitada, donde tan solo encontró a un hombre que la acompañó y otros bandidos que le quisieron robar.

Allí de nuevo encontró trabajo y experimentó diferentes peripecias e incluso vivió el alzamiento de Alonso Ibáñez, en esta guerra fraternal, ella, como soldado que era, fue llamada a filas por el corregidor y de nuevo entro en batalla, se distinguió tanto sufragando la revuelta que de nuevo la nombraron ayudante del sargento mayor y estuvo sirviendo por dos años.

De esta parte de su vida es interesante leer como narra que hacían la guerra contra los indios teniendo indios en sus filas y como cuenta su llegada al río Dorado:

“Se habian hallado unos, mas de sesenta mil pesos en polvo deoro, y en la orilla del rio hallaron otros infinito, y llenaron los sombreros, y supimos después que la menguante suele dejarlo por allí en mas de tres dedos”

Catalina de Erauso en sus memorias.

“Por lo cual, después muchos pedimos al gobernador licencia para conquistar aquella tierra, y como él, por razones que tendría, no la diese, muchos, y yo con ellos, nos salimos de noche y nos fuimos, y llegados á poblado de cristianos, fuimos tirando cada uno por su cabo”

Catalina de Erauso en sus memorias.

 Vuelta a prisión, pero esta vez sin culpa.

Después de desertar del ejército se fue a la ciudad de la Plata donde había un paisano minero muy rico que le dio alojo de nuevo, su carácter hizo que se enemistara con otro de los vizcaínos que allí viva y tuvo que irse a otra casa con una señora viuda que la acogió.

Esta señora doña Catarina de Chaves al parecer tuvo una trifulca en la iglesia con otra también de alta cuna y esta se saldó con la segunda apuñalada en la cara por un indio al servicio de doña Catarina Chaves. La señora y el indio culparon a Catalina y esta vez volvió a prison sin culpa alguna. Tan solo la llegada de una misiva de la propia señora, la libró del potro.

Fue condenada a cumplir diez años de cárcel, pero pudo apelar y quedar totalmente exculpada, como ella misma nos cuenta:

“ El pleito se fue siguiendo, no sabré decir cómo, hasta que salí sentenciado en diez años de Chile sin sueldo, y el barbero en doscientos azotes y seis años de galeras. De eso apelamos agenciando paisanos,y se fue siguiendo,no sabré decir cómo, hasta que salió un dia sentencia en la real audiencia, en que me dieron por libre, y á la señora Doña Francisca condenaron en costas, y salió también el barbero: que estos milagros suelen acontecer en estos conflictos, y mas en Indias, gracias á la bella industria”

Catalina de Erauso en sus memorias.

Después de esto tuvo que irse de la Plata a Charcas, donde de nuevo sus dotes de comerciante le hicieron conseguir empleo. En esta época de nuevo vuelve a tener varios lances a causa del juego, donde vuelve a matar a uno de sus contendientes, llegando a estar frente al patíbulo a punto de ser ahorcada, pero a la falta de testigos en el caso del último hombre al que dio muerte se unió la suerte que desde siempre la había acompañado.

Tenía ya la soga al cuello cuando entró una misiva del gobernador de la Plata, en esta al parecer los hombres que la inculparon de otro de sus lances reconocieron que todo había sido un ardid y por petición popular y el precedente de que antes ya habían conjurado contra ella se pudo salvar de la horca.

Así siguió su vida por algún tiempo entre trabajos y diferentes disputas a causa de los juegos y malos entendidos, varias veces más tuvo que huir de una ciudad a otra.

Consiguió salvar a una mujer de su celoso marido que la encontró con un amante y después de matarlo quiso hacer lo mismo con ella. La suerte de la muchacha fue que catalina se lo impidió, primero huyendo y después luchando contra él, nos cuenta que era un gran luchador que la hirió gravemente, tan solo la ayuda de unos frailes hizo que no la matara.

Último lance de juego y se descubre su disfraz

Es tan significativo este lance en su vida que os lo he traducido del castellano antiguo, así es como ella lo narra:

 “Regresamos al Cuzco: me alojé en la casa del tesorero Lope de Alcedo durante unos días. Un día, fui a casa de un amigo para jugar. Nos sentamos dos amigos y comenzamos el juego. En ese momento, se acercó a mí un hombre alto, moreno y de presencia imponente, a quien llamaban el Cid. Continué jugando y gané una mano. Sin embargo, la mano del Cid se introdujo en mi dinero y sacó algunas monedas de ocho reales. Poco después, volvió a entrar y tomó más dinero sin que yo lo notara.

Preparé mi daga y seguí jugando. Cuando la mano del Cid volvió a acercarse a mi dinero, la clavé contra la mesa con la daga. Los presentes intervinieron y otros amigos del Cid se unieron a la disputa. Me hirieron gravemente y logré escapar a duras penas. El Cid me persiguió y nos enfrentamos en la calle.

Afortunadamente, dos Vizcaínos pasaron por allí y se unieron a mi lado, enfrentándonos a cinco enemigos. Retrocedimos hasta llegar a una esquina cerca de San Francisco. Fue entonces cuando el Cid me apuñaló por la espalda con una daga, causándome una herida profunda. A pesar de todo, logré levantarme y enfrenté al Cid nuevamente. Le clavé la espada en el estómago, y él cayó, pidiendo clemencia.”

Primera vez que desvela su secreto

“También caí al suelo. La gente acudió al ruido, incluyendo algunos frailes y el corregidor don Pedro de Córdoba, que vestía el hábito de Santiago. Al ver que los ministros me atrapaban, el corregidor les dijo: ‘¿Qué más hay que hacer, sino confesarlo?’ El otro hombre murió poco después. Amablemente, me llevaron a la casa del tesorero donde me alojaba.

Me acostaron, pero ningún cirujano se atrevió a tratarme hasta que confesara, temiendo que muriera. Entonces llegó el padre fray Luis Ferrer de Valencia, un hombre admirable, quien me confesó. Viéndome cerca de la muerte, le revelé mi estado, la verdad sobre mi historia. Él se sorprendió, me absolvió y me brindó consuelo. Luego recibí el viático y desde ese momento sentí fuerzas renovadas.”

Después de este suceso y tras poder salvar su vida de nuevo huyó hacia otros lugares de América, su historia en ese momento no trascendió, ya que el secreto de confesión la protegió y el cura cumplió con su deber.

Pero a raíz de esta afrenta no pudo estar tranquila en ningún lugar, puesto que parece que pusieron precio a su cabeza debido a que aquel al que apodaban el Cid era muy conocido y valorado.

Otra vez para salvar su vida fue llevada ante la iglesia y allí ante el obispo de Guamanga de nuevo confesó su naturaleza, pero esta vez sí trascendió su vida, convirtiéndose en toda una celebridad de la época:  

“Por la mañana, alrededor de las diez, su ilustrísima me hizo llevar ante su presencia y me preguntó quién era yo, de dónde venía, hijo de quién era, y todo el curso de mi vida, las causas y caminos que me llevaron a terminar allí.

Fue desglosando todo con detalle, mezclando buenos consejos, los riesgos de la vida, los horrores de la muerte y sus contingencias, y el temor del más allá si no estaba bien preparado, intentando calmarme y persuadirme a tranquilizarme y arrodillarme ante Dios.

Me sentí tan pequeño; y al verlo a él, un hombre tan santo, sintiéndome como si estuviera en la presencia de Dios, le dije: ‘Señor, todo lo que le he contado a su ilustrísima no es así, la verdad es esta: soy una mujer:

Nací en tal lugar, hija de fulano y sutana; me pusieron a tal edad en tal convento, con fulana, mi tía; allí me crié; tomé el hábito; tuve noviciado; y estando para profesar, por tal motivo, me escapé; me fui a tal lugar, me desnudé, me vestí, me corté el cabello; viajé de aquí para allá, me embarqué, llegué, trafiqué, maté, herí, hice el mal, vagabundeé, hasta terminar en el presente, y a los pies de su señoría ilustrísima.”

De nuevo me he tomado la licencia de traducir este párrafo al castellano actual porque ciertamente no tiene desperdicio como catalina narra de forma tan escueta toda su magnífica vida.

En vista que de nuevo me he excedido en este artículo, dejo la conclusión de esta historia para terminarla en el siguiente.

Espero que os haya gustado y muchas gracias por leerme.

Continuará…

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