Catalina imaginada por la IA.

Continuamos con la increíble historia de esta mujer que, gracias a su destreza, arrojo y carisma, vivió una cantidad de aventuras inverosímiles para su época, e incluso diría que para la nuestra.

En el artículo anterior (del cual os dejo el enlace a continuación, por si no lo habéis leído), dejamos a nuestra heroína o antiheroína a punto de alistarse en Lima para acudir a la guerra contra los mapuches.

Encuentro con su hermano mayor

Tras veinte días de camino, llega al puerto de Concepción, ciudad en la que fueron muy bien recibidos debido a la falta de soldados que había allí.

«Luego llegó la orden del gobernador Alonso de Ribera para desembarcarnos, la trajo su secretario, el capitán Miguel de Erauso. Cuando oí su nombre, me alegré, y vi que era mi hermano».

Catalina De Erauso.

Ella misma en sus memorias nos narra que la casualidad, la buena fortuna o quizás el hecho de que fueran pocos los españoles en aquella época, hizo que se reuniera con su hermano mayor en Chile, donde este residía. Ella no lo recordaba, ya que partió de España cuando contaba con tan solo 2 años de edad, pero sabía de su existencia y conocía su nombre.

Cuando Miguel, al pasar lista, oyó el nombre de Catalina y su procedencia (tened en cuenta que iba disfrazada de varón y usaba un nombre acorde a su disfraz, de hecho en muchas ocasiones la llaman mancebo por parecer un hombre de joven), soltó la pluma y la abrazó con fuerza, preguntando por sus padres, demás familia y, sobre todo, por su hermanita Catalina, la monja.

Respondió a todo como pudo sin descubrir su disfraz y estuvo con su hermano durante tres años sin que él supiera que ella era su pequeña hermana.

Nos narra que incluso se pelearon a causa de que iba a veces con su hermano a ver a una dama que él tenía y que la pilló en alguna ocasión visitándola a solas. Esto hizo que cayera en desgracia con su propio hermano y que la mandaran a un destino menos cómodo bajo el mando del gobernador Alonso de Sarabia, donde, junto a otros cinco mil hombres, entró en batalla contra los indios mapuches.

Consigue el título de alférez por méritos de guerra

En una de estas batallas, Catalina nos cuenta que vio cómo mataron a su alférez y se llevaron la bandera. En aquella época, que el estandarte cayera en manos enemigas era un gran agravio para la compañía, por ello, junto a otros dos hombres, salió en busca de quien la portaba hasta recuperarla.

Catalina entró a caballo entre la multitud, atropellando a quien se ponía delante, abriéndose paso a espadazos y recibiendo ella también mucho daño, hasta que logró recuperarla, matando al cacique que la portaba.

De nuevo clavó espuelas para regresar con los suyos. En la huida, recibió tres flechazos y un golpe de lanza que la dejó muy malherida, pero consiguió llegar con ellos y entre la seguridad que proporcionaba la multitud se dejó caer, siendo recibida entre vítores por muchos soldados, entre ellos su hermano y capitán, que lo vio todo. Por ello, y tras nueve meses de recuperación de sus heridas, es nombrada alférez de su compañía y así estuvo otros 5 años más.

Su carácter pendenciero y despiadada mala cabeza

En una batalla, y tras la muerte del capitán Gonzalo Rodríguez que la mandaba entonces, estuvo al mando de su compañía durante seis meses.

Nos cuenta que se topó con un capitán de indios que ya era cristiano, Don Francisco de Quispiguancha, al cual venció en una batalla singular. Este llegó a pedirle clemencia, pero ella lo hizo colgar de un árbol. Por esto, no le concedieron aquella compañía, ya que lo común era capturar a los mandos para luego negociar con ellos.

Así estuvo Catalina mucho tiempo batallando hasta que su carácter de nuevo le jugó una mala pasada. A su mucha habilidad y poca paciencia se le unía otro defecto más: era una ludópata empedernida.

En uno de los días de permiso, fue con otro compañero alférez a una taberna donde jugaron. Dice ella que, rodeada de muchos otros compañeros, este osó llamarla tramposo y cornudo (recuerden que para sus contemporaneos ella era un hombre). Así que, sin mediar más palabra, le metió una estocada que lo dejó malherido. Todos los de la taberna se le echaron encima.

Su hermano, que allí estaba, le dijo en euskera que salvara su vida como fuera. Ni corta ni perezosa, sacó su daga y al auditor que la sujetaba le atravesó los carrillos, dándole otra puñalada más antes de poder soltarse y sacar de nuevo la espada con la que se defendió de todo el que se enfrentaba a ella. Consiguió salir de la taberna y se acogió de nuevo a sagrado en la iglesia de San Francisco, donde estuvo seis meses hasta que se suavizó la cosa.

Otra vez en apuros

Acudió en su busca un alférez amigo suyo. Este debía enfrentarse en duelo singular con otro, a causa de un agravio que no queda claro en sus memorias. Al principio, Catalina desconfió de que su propio amigo quisiera jugársela, haciéndola salir de noche del convento para que la arrestaran.

 Ante la insistencia de su amigo, que de no ir con ella, iría solo porque tan solo confiaba en su destreza y en la de nadie más, se vio obligada a acudir donde este la requería.

El duelo nocturno con desenlace fatal

Era la más suma oscuridad de la noche. Catalina advirtió a su amigo de que no se veían ni las manos y acordaron ponerse un pañuelo al brazo para reconocerse entre ellos.

«Metieron ambos mano a las espadas, y se embistieron, mientras estaban parados el otro y yo. Fueron bregando, y a poco rato sentí que se sintió mi amigo una punta que le había entrado.»

Catalina De Erauso

 Al ver a su amigo herido, Catalina hizo ademán de ponerse a su lado y ayudarlo, entrando en batalla también su contrario. En el cruce de espadas, Catalina consiguió estocar a su enemigo por la zona izquierda del pecho, dejándolo malherido, diciendo este:

“¡Ah, traidor, que me has muerto!”

Así lo escribe Catalina en sus memorias.

Al escuchar la voz del futuro finado, la monja alférez la reconoció al instante y, temerosa de la respuesta, preguntó con gran pesar en su voz que quién era, a lo que este respondió:

 Miguel de Erauso.

 Catalina, atónita ante su mala fortuna, fue corriendo de nuevo al convento y mandó a unos frailes para que acudieran en ayuda de su hermano y de los otros dos individuos, ya que todos quedaron malheridos salvo ella.

Los dos primeros murieron allí mismo, pero a su hermano lo llevaron a casa del gobernador, ya que era su secretario de guerra, y allí nada pudieron hacer, salvo certificar su muerte. Su hermano fue enterrado en el mismo convento donde ella se resguardaba, como ella misma nos narra:

«Lo enterraron en el dicho convento de San Francisco, 

viéndolo yo desde el coro ¡sabe Dios con.qué 

dolor! Estóveme allí ocho meses, siguiéndose 

entre tanto la causa en rebeldía, no dándome 

lugar el negocio para presentarme. Hallóme 

ocasión con él amparo de D. Juan Ponce de 

León, que me dio caballo y armas, y avió para 

salir de la Concepción, y partí á Valdivia y á 

Tucuman.»

Catalina De Erauso.

Y hasta aquí este nuevo artículo sobre la increíble aventura de la monja alférez.

Espero que disfrutéis tanto como yo de la fascinante vida de esta gran mujer. Muchas gracias por leerme.

Continuará…

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