Nada mejor para definir a esa persona que nos cae mal o que se hace dar por más de lo que es que un buen gilipollas, además, el uso de este vocablo normalmente se dice con energía y sus características fonéticas hacen que la boca se nos llene proporcionando una gran satisfacción al que lo emplea.
La definición que aparece en la web de la RAE es esta, pero su uso es más amplio si cabe:
Gilipollas. ‘Tonto o idiota’: «Nuestro Raúl se ha convertido en un auténtico gilipollas» (Mendizábal Cumpleaños [Esp. 1992]). Esta palabra vulgar, utilizada solo en España, así como otras voces de la misma familia, como gilí y gilipollez, y el sustituto eufemístico gilipuertas, se escriben siempre con g-.
Diferentes usos:
Gilipollas se refiere en antecedente histórico a quien solo podía tener niñas (recuérdese que antiguamente se consideraba inadecuado a los efectos de conservar el apellido de la familia solo tener mujeres), hoy en día este no es empleado para dicho fin y creo que la mayoría lo desconoce.
También se entiende por gilipollas a quien es lento de entendimiento o estúpido, este último es el significado universal, aunque ha ido variando con el tiempo.
En la actualidad, gilipollas no es el que tiene problemas mentales, sino sociales, es decir, que para destacar se basa en tonterías, generalmente, en contra de sí mismo. Por ende, un gilipollas es un atrasado social, basado en su incapacidad de evitar el ridículo o el que lo usa para destacar, aunque genera un rechazo.
Baltasar Gil Imón de la Mota
Fue caballero de la Orden de Santiago, fiscal del Consejo Real de Castilla, Contador Mayor de Cuentas del rey Felipe IV, fiscal del Consejo Real de Castilla y gobernador del Consejo de Hacienda. Tan extensos fueron sus títulos que el conde-duque de Olivares llegó a mencionarle en sus escritos y el duque de Lerma depositó en él su confianza.
Anécdotas que dan nombre al insulto.
Pues resulta que era muy habitual ver a don Gil Imón, acompañado de sus pollas, debido a que el fiscal y su esposa suspiraban por encontrar unos buenos mozos que desposasen a sus queridas hijas, pero no había manera de ‘colocarlas’, llegando a rozar lo patético al verse tan clara su desesperación.
El problema era que Fabiana y Feliciana, las hijas de este personaje, eran muy poco agraciadas físicamente, a lo que se sumaba que poseían una inteligencia muy poco desarrollada. Debido a las escasas dotes de las muchachas, los pretendientes no abundaban. Por ello, cada vez que el alto funcionario aparecía en una fiesta junto a sus hijas, las malas lenguas comenzaban a comentar entre sí «Ahí va de nuevo don Gil con sus pollas», palabra que era empleada en la época para referirse a las mujeres jóvenes.
De acuerdo con esta teoría, la asociación de ideas fue inevitable y, muy pronto, los personajes de la época más proclives a la sorna y el ingenio fundieron en un solo concepto la estupidez y las hijas del fiscal. Así, cuando se quería señalar que alguien parecía alelado o era corto de entendederas, se aludía a las «pollas» de don Gil Imón. De este modo, habría nacido la palabra «gilipollas» que conocemos hoy en día.
Segunda versión del Gilipollas.
Al parecer las “gilimonas” de feas no tenían nada, todo lo contrario.
Y de tener pocas luces, tampoco, sino que eran inteligentes. Eran unas adelantadas a su tiempo, por lo que dicen diversas fuentes eran bastante afortunadas en el tema amoroso y dadas sus cualidades no les faltaban pretendientes.
Felipe III, a sugerencia de su esposa la reina Margarita, quien era muy católica y guardiana de las costumbres, promulgó una ley que permite prohibir el uso del guardainfante (esa especie de armazón que ahuecaba la falda), llevar verdugados bajo la falda (que era un género de cancá) y portar cualquier prenda descotada que pudiera incitar al pecado. Prohibición de la que estaban exoneradas las cariñosas (me encanta ese término).
Las gilimonas, unas jóvenes rebeldes en desacuerdo de esta ley, conociendo también su posición fuerte al ser hijas del fiscal, se saltaron dicha prohibición y acudieron a una fiesta vestidas con todo lo que se había prohibido, alentadas por los vítores y aplausos del personal masculino de la sala y sufriendo las miradas inquisitorias de las mujeres que allí se encontraban. Gracias a que su padre intercedió, su castigo fue más leve del que se había prescrito para tal insolencia y el rey, amigo del fiscal, tan solo les impuso la penitencia de vestir como monjas durante tres meses y pasear a diario con un cartel en el pecho pidiendo disculpas.
En algunos escritos he leído que las gilimonas se apretaron tanto los hábitos que su esbelta figura marcaba de tal modo que los hombres suspiraban a su paso, pero lo dudo mucho. Entiendo que es más literatura que otra cosa, puesto que desavenir dos veces al rey en poco tiempo solo hubiera precipitado un final y este no se dio.
Pues al final resulta que el gilipollas era don Baltasar y no sus polluelas, se empezó a llamar así debido a que no supo aplicar la justicia que con tanto celo defendía en las cortes, en su puesto de fiscal. En su propia casa sus hijas y su mujer lo tomaron por el pito del sereno y es que ya se sabe, en casa del herrero cuchillo de palo.
Tercera versión del Gilipollas:
Otra versión más plausible y menos épica a mi parecer, es que proviene del caló:
«Gilí, ‘tonto, memo’, del gitano español jili, ‘inocente, cándido’, derivado de jil ‘fresco’, jilar ‘enfriar'». De ahí derivarían términos como gilipollas, y eufemismos para evitar la palabra malsonante como ‘gilipuertas’.
Creo que nunca sabremos su procedencia real o si ya existía cuando el señor Gil imon quería colocar a sus polluelas. Tal vez sea casualidad y la palabra jili signifique eso sin tener correlación con el insulto, pero lo cierto es que es una palabra fetiche dentro del castellano. La cual usamos a diario, muchas veces sin darnos cuenta.